Ya estamos más cerca de las Jornadas sobre Lo fantástico en los artefactos culturales.
En esta y la próxima entrada queremos visitar los dos componentes centrales de nuestra convocatoria: “lo fantástico” y los “artefactos culturales”.
Fantasía es una expresión de raíces griegas que significa “hacer visible” y que se caracteriza por el desencadenamiento imaginativo. El estudioso alemán Walter Schurian opina que la fantasía contribuye a explorar y dotar de sentido al alma humana. Por eso es que “puede atender las necesidades espirituales de la humanidad y proveerle consuelo estético si no para vencer, al menos para afrontar las propias neurosis con mayor entereza. El arte fantástico se sirve a menudo de las percepciones inconcientes. Juguetea con las alteridades, sorprende, choca, desconcierta. Sutil y sigiloso, toma como objetivo las emociones y sensaciones intuidas y camufladas. Pero sobre todo juega con los sueños, los deseos, los anhelos[1]".
La fantasía se atreve a mirar detrás de los espejos, bucea en las profundidades del alma humana, indaga en sus secretos, penetra sus zonas oscuras.
Ya Baudelaire había señalado que la fantasía era capaz de desarmar toda la creación según leyes que proceden del interior más profundo del alma. El autor francés decía que la fantasía reúne y articula las piezas y crea con ellas un mundo nuevo.
La fantasía excita la imaginación y por eso, desde hace ya siglos, se la estigmatiza llamándola despectivamente “la loca de la casa” (frase indistintamente atribuida a Voltaire, Malebranche u Ortega y Gasset) y acusándola de absurda e irracional. Tal vez lo verdaderamente perturbador de lo fantástico sea, como sostenía el crítico francés Roger Caillois, su capacidad para desvelar escándalos, grietas, extrañas roturas insoportables para el mundo real. O quizás la fantasía resulte subversiva sólo porque acoge a todo aquello que carece de la aquiescencia evidente de una época, como revela amargamente el historiador del arte Wieland Schmied.
Lo que parece no generar dudas es que lo fantástico arrasa certidumbres, disolviendo las fronteras de lo real y lo verdadero. La situación resulta perturbadora porque el mundo definitivamente deja de ser un lugar seguro y se torna amenazante, una zona oscura donde eso que no se ve ni se conoce puede surgir en cualquier momento[2].
En el ejercicio de la libertad creadora, el arte fantástico sugiere otros mundos, cambia las respuestas que daría la realidad, y el público, aunque acabe rechazando la propuesta, se ve compelido a considerarla aunque sea fugazmente. Las obras fantásticas exigen un espíritu abierto, dispuesto a aceptar la posibilidad de diferentes alternativas, pero, sobre todo, reclaman una voluntad de juego[3].
Lo fantástico puede hacer que en nuestro mundo equilibrado empiecen a entrar algunas dosis de elementos o situaciones sobrenaturales o extraordinarias. O puede demostrar que, en realidad. el mundo no es tan ordenado como parece.
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