viernes, 23 de julio de 2010

Dos historias de personajes en busca de su autor

En “Niebla”, el español Miguel de Unamuno nos ofrece el retrato de Augusto Pérez, un personaje apocado cuya vida ha transcurrido siempre a la sombra de la figura materna. Ahora que la madre ha muerto, ese hombrecito gris no tarda en enamorarse de la mujer que tiene más cerca: la empleada doméstica. Para su infortunio, la muchacha no le corresponde. Más aún, decide irse a vivir con su novio. Esto hunde al protagonista en un desasosiego en el que surge la idea del suicidio. Augusto recuerda entonces un ensayo sobre el suicidio escrito por un profesor universitario. También repara en el hecho de que, al leerlo, se prometió que visitaría al autor si alguna vez quitarse la vida rondaba por sus pensamientos.
Cuando el despechado muchacho lo hace, nos enteramos que el escritor
es el propio Unamuno. El autor le revela que en ese momento está escribiendo una novela en cuya trama Augusto ha perdido trascendencia como protagonista, razón por la cual ha tomado la decisión de matarlo.
Pérez no acepta las explicaciones del escritor; él quiere vivir y le recrimina a Unamuno su pretensión de demiurgo. Al volver a su casa ya ha resuelto no suicidarse.

Esa misma noche, sin embargo, fallece a consecuencia de una indigestión.

Niebla” fue escrita en 1907 y publicada siete años más tarde. Se convirtió en una novela pionera al plantear la ruptura con el patrón que guiaba los textos representativos de la época del realismo.
Casi un siglo después se estrena una película profundamente deudora de aquel argumento de Unamuno. Su título es “Más extraño que la ficción” y fue escrita por Zach Helm, dirigida por Marc Forster e interpretada por Will Ferrell, Maggie Gyllenhaal, Emma Thompson y Dustin Hoffman.
El filme nos presenta a un rutinario empleado fiscal que comienza
a escuchar una voz femenina, la cual describe lo que él hace, como si se tratara de un personaje literario. El atribulado sujeto escucha pero no puede hacerse oir y se desespera cuando la voz le revela que su muerte es inminente.
En medio de peripecias llega a discernir que aquella mujer que relata su historia es una reconocida escritora, en cuyos libros el protagonista siempre muere. Cuando logra ponerse en contacto con ella consigue incluso leer el borrador de la novela y se convence de que está ante una obra magistral que no puede resolverse de otro modo que con su fallecimiento.

Finalmente, la escritora advierte que no puede matar a un hombre de la integridad de su protagonista y, aunque su novela deje de pertenecer al grupo selecto de las obras magníficas, decide reescribir el final y perdonarle la vida.

Los dos textos nos abisman en territorios fantásticos. Pero ambos, existencialistas como son, también constituyen plataformas más que atractivas para mirarnos y buscar signos que nos confirmen la identidad o que echen luz sobre nuestras alienaciones.

En el próximo posteo desarrollaremos esta tesis. Hasta entonces.

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