Esa marca se las daba su esencial preocupación por las personas, incluso de aquellas cuya existencia real podría ocasionar controversias.
Los protagonistas de “Niebla” y “Más extraño que la ficción” valen por sí mismos y no como engranajes de una compleja construcción literaria o social. Su pura existencia determina su esencia y no al revés. El existencialismo parte de la convicción de que los individuos son libres y responsables de sus actos. La existencia se degrada o pierde autenticidad cuando la libertad se pierde. Y contra esa posibilidad de rebelan los personajes de la novela y el filme en cuestión.
Más allá del realismo que honren, las historias nos convocan o no por la voluntad de inmersión ficcional que despiertan en nosotros.
La decisión de zambullirnos en un relato obedece claramente a la novedad y originalidad de la propuesta, la ceatividad del argumento, la formulación estilística, la adecuada caraterización de los personajes, el atractivo de los escenarios, etc. Pero también al grado de involucramiento que predispongan y a la capacidad de ensoñación que activen en nosotros, aspectos relacionados de modo indisoluble.
“Entramos” en un relato cuando las puertas apenas entornadas que nos pone delante constituyen invitaciones imposibles de desdeñar. Estos umbrales irresistibles se ofrecen como vías de acceso a respuestas que estamos buscando, conocimiento que necesitamos, orientación que nos falta, caminos alternativos a los que venimos siguiendo o, simplemente, deleite que el espíritu nos reclama.
Y nada impide que esos accesos se manifiesten en los relatos fantásticos tanto como en los de cuño realista. Por eso, los protagonistas de “Niebla” y “Más extraño que la ficción” pueden ser espejos en los que la mirada se detiene reflexivamente.
En su libro “El arte de la lectura en tiempos de crisis”, la francesa Michèle Petit apunta que lo más esencial de la lectura no es el desciframiento de los textos, sino el trabajo de ensoñación que produce el pensamiento precisamente cuando se levanta la vista del libro (o de la película, en uno de los casos).
Ese instante de interrupción de la lectura adquiere un valor casi fundante en la relación del lector con la obra. Es el momento en que se esboza una poética discreta, durante la cal surgen asociaciones inesperadas.
Por un lado, la reflexión nos lleva a considerar la intervención del lector para completar la obra con el aporte de su imaginación. Y, por otro, puede conducir a los autores a intentar prever esos movimientos de modo de administrar el texto con arreglo a esos momentos en los que la vista se levanta y volverlo así más eficaz. Cerramos con un pasaje del texto de Petit: “Algunas lecturas abren la puerta hacia lugares distintos y hacia momentos de ensoñación que permiten construir un país interior, un espacio psíquico, y apuntalar el proceso de autonomización, la construcción de una posición de sujeto. Pero también la lectura hace posible un relato: leer permite que se desencadene una actividad narrativa y se creen enlaces entre los eslabones de una historia, entre quienes participan de un grupo y a veces entre universos culturales. Sobre todo cuando esta lectura ofrece no un calco de la experiencia de cada persona, sino una metáfora ”.
Entonces lo fantástico se valida más allá de cualquier cuestionamiento posible.