miércoles, 9 de junio de 2010

La fuga de la realidad


Mario Vargas Llosa teoriza que el viaje de los seres humanos hacia un mundo inventado obedece a su necesidad de evadirse de una realidad que los asquea.

Al aplicar esa tesis a la obra de Juan Carlos Onetti, el peruano asegura que eso se hace evidente ya en El pozo, un texto de 1939, en el que el protagonista utiliza la ficción para combatir sus neurosis.

Vargas Llosa lleva el planteo incluso más allá cuando sostiene que “el novelista de la frustración y de la fuga de una realidad detestable en aras de la fantasía es muy representativo de la América latina del fracaso y del subdesarrollo. No es caprichoso divisar detrás del mundo de derrotados, pesimistas, evadidos mentales, fantaseadores enloquecidos y marginados de toda índole que pueblan sus ficciones, una sociedad a cuya inmensa mayoría las decepciones, derrotas y frustraciones que les inflige la realidad induce a volar en el ensueño hacia la irrealidad[1]”.

Cuarenta años más tarde de que Onetti comenzara a edificar universos ficticios a fin de encontrar un lugar alternativo y menos asfixiante que la realidad, Carlos Trillo y Horacio Altuna reinciden en el procedimiento.

Surge así una historieta dedicada a las ensoñaciones de un hombrecito gris, cuyo mayor (y probablemente único) mérito sea participar con su apellido en el título de la publicación: Las puertitas del Sr. López.

La Argentina aún vivía bajo los rigores de un regimen dictatorial sanguinario y oscurantista, lo que confería al texto gráfico una dimensión que trascendía la triste figura individual de su protagonista.

López es un personaje a quien constantemente ignoran o, peor aún, humillan sus jefes, compañeros de trabajo y, particularmente, su esposa. En ese contexto irrespirable, López encuentra un modo de evasión al abrir la puerta de cualquier baño. Atravesar ese umbral supone ingresar a un mundo más grato en el que puede ejercer de gladiador heroico o convertirse en un seductor irresistible de mujeres esculturales.

Mientras el Eladio Linacero construido por Onetti posee una ínsita acritud, López solo exhibe una docilidad resignada, incapaz de otra rebeldía que esas fugaces escapadas que ni siquiera terminan bien.

Sabemos que sus huidas fantásticas no nos proponen comportamientos ejemplares, pero ambas obras ofrecen la clara denuncia de unas existencias degradadas.


[1] Vargas Llosa, M.: El viaje a la ficción. Alfaguara. Buenos Aires, 2009. Pág. 230.

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