Sólo recordamos lo que nunca sucedió,
Carlos Ruíz Zafón
La fantasía no es patrimonio exclusivo de los relatos sobrenaturales, maravillosos, mágicos o fantásticos. También se encuentra en las historias de corte “realistas”. En ese sentido la multipremiada “El secreto de sus ojos” (Argentina, 2009) resulta ejemplar para el análisis.
La película abre con la imagen y la voz en off de Benjamín Esposito (Ricardo Darín), secretario de Instrucción de un tribunal de Buenos Aires, despidiéndose de Irene (Soledad Villamil), compañera de trabajo con la que mantiene una relación de seducción indefinida. Esta secuencia reiterada a lo largo del filme supuestamente sucedió en 1974 en una estación de trenes y es recordada treinta años después, al momento del regreso del personaje mientras intenta escribir una novela testimonial. No sabemos si aquella despedida realmente existió o es producto de la imaginación de él o los personajes.
A punto de jubilarse, Esposito regresa de su exilio interno en Jujuy con el propósito de escribir una novela sobre un hecho policial vivido treinta años atrás. El suceso y sus implicancias políticas pasaron por el juzgado y los tuvo como protagonistas.
Mientras escribe en el presente, Benjamín recuerda la despedida. Irene permanece en la estación, tratando de acercarse a él. Desde los perfiles sus figuras forman un corazón pero no llegan a tocarse. El suyo es un saludo intenso donde los cuerpos solo se aproximan. Cuando él sube al tren, Irene corre para alcanzarlo. Apenas posa su mano sobre la ventana, Esposito intenta tocarla a través del vidrio, la ve luego por la mirilla de la ventana de la puerta trasera del coche del tren, mientras ella corre en el andén en un intento imposible por alcanzarlo.
La imagen vuelve a repetirse mientras narra los crueles sucesos en la novela. Eros y Thanatos despliegan su contrapunteo, a cada momento.
Espósito amó en silencio durante treinta años a Irene; ella trató de evidenciar sus sentimientos a través de su mirada, su explicita forma de decirle lo que sentía. El necesitaba contestar a esos interrogantes pero algo lo detenía. En este caso lo no dicho tiene en lo diegético tanto peso dramático como una palabra. Es que esta historia es profundamente cinematográfica. Un amor, así idealizado en la distancia, sólo parece habitar en la representación de los posibles narrativos audiovisuales.
Sólo recordamos lo que nunca sucedió, porque el pasado se articula en las sensaciones del presente, se ficciona en la memoria para luego, reconstruirse.
Estas imágenes de Juan José Campanella en El secreto... requieren una mirada aguda hacia el interior de las emociones construídas por la representación fílmica, que hacen foco sobre lo intrincado y luminoso de la vida, aún en periodos o momentos turbulentos. Frente al imperio de la razón, la epifanía de la emoción. En definitiva, se trata de llegar al centro del misterio del amor.